lunes, 22 de agosto de 2011

El fin de la historia

           La caída del Muro de Berlín, en el año 1989, marca el fin de un mundo bipolar, dividido por dos sistemas opuestos en lucha por imponerse, el capitalismo y el comunismo, liderados por dos países: EEUU y Rusia; y el comienzo de uno cuya hegemonía reposa en una tríada imperialista compuesta por Estados Unidos como conductor del proceso, Europa y Japón como socios menores.
            La instauración de un modelo económico capitalista sustentado a partir de la extracción de riquezas de los países periféricos hacia los países centrales, condenando el desarrollo e independencia de los primeros, necesitaba para su legitimación (sobre todo por parte de sus víctimas) de un aparato cultural compuesto fundamentalmente, por el sistema educativo (primaria, secundaria y –especialmente- universidad), partidos políticos, medios masivos de comunicación e intelectuales.
            Entre estos últimos se encuentra un tal Fukuyama, politólogo yanqui de origen japonés, que en 1992 escribió un libro llamado el “El fin de la historia y el último hombre”, donde plantea que el fracaso del comunismo trajo como consecuencia el fin de la Historia - entendida como lucha de ideologías - y se impuso una suerte de pensamiento único: el liberalismo (materializado en el Consenso de Washington), como única receta para el éxito de la humanidad. Las ideologías ya no son necesarias, ya que todo se resuelve a través de la economía (de mercado, lógicamente) y para ello es necesario un Estado mínimo, donde prime el capital privado y se garantice el libre juego de la oferta y la demanda por medio de las instituciones jurídicas.
            Sin embargo, nos tranquiliza diciendo que la historia va a seguir, porque la ciencia avanza y ésta no tiene límites. Vale decir, nada que tenga que ver con que los seres humanos influyamos en el devenir de los acontecimientos, ya que de esa forma correría riesgos el status quo tal y como está planteado.
            En la Argentina la puesta en práctica de estas recetas desde la dictadura del 76’ y profundizadas en los 90’ con Menem, trajo como consecuencia el desmantelamiento del aparato productivo, deuda externa, la enajenación de nuestros recursos naturales y servicios, extranjerización de la economía y la consecuente desocupación, pobreza e indigencia a niveles irrisorios.
            Trasladado esto al ámbito de la política, los partidos políticos se frivolizan, la militancia no tiene como fin una causa, sino un cheque a fin de mes, priman los punteros y los publicistas, ya que los candidatos se hacen a partir de su aparición en los medios de comunicación moldeadores de la opinión pública (De Narváez, por poner un ejemplo), y a la hora de votar sólo importa la competencia técnica y que sean confiables moralmente, lejos de cualquier sustrato ideológico.
            Sin embargo, y para fortuna de los argentinos y los pueblos de Latinoamérica, la crisis que está sufriendo el sistema capitalista a escala mundial, ha puesto en tela de juicio ese discurso único y esa escala de valores impuesta. La política está reapareciendo y hace falta un poco más que salir millones de veces por la televisión para juntar votos. Se hace necesario plantear un proyecto de país, es decir, ideologías. Un ejemplo de esto es que hasta Cobos, que se caracterizaba por no decir nunca nada, ahora y gracias a la caída de su imagen positiva ha planteado un plan político para el 2011.            
            La crítica que la oposición tantas veces le hace al gobierno nacional sobre su estilo confrontativo que despierta conflictos, ya no tiene tanto arraigo en la sociedad, debido a que los argentinos están reconociendo que existe un conflicto… hay algunos que tienen mucho y hay muchos que tienen poco.
            Este reacomodamiento del mundo, donde las potencias están en crisis y surgen otros bloques regionales, como la UNASUR, nos permite pensar que es necesario dejar atrás a aquellos profetas que pretenden que nada cambie, ya que condenándonos al atraso y a la sumisión mantienen su poder, para volver a tomar el control de nuestra propia historia siendo partícipes de la misma.
                         Mariana Kearney

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